Konsac Group Opina: Pararse a pensar sin sentirnos culpables
No sé si es por estas cortas y primaverales vacaciones de Semana Santa o porque en cualquier momento en el que tenemos la oportunidad de dejar de sentir la presión de todos los días se nos abre la mente, pero lo cierto es que me estoy dando cuenta del poco tiempo que los directivos tenemos para pensar.
Fijaros que en los muchos y diversos diccionarios de competencias que habréis manejado en vuestra vida profesional, rara vez habréis encontrado una que esté relacionada con la capacidad de pararse a pensar. De hecho, todo aquello que no sea actividad constante está mal visto en las organizaciones y, muchas veces, se define como perder el tiempo. Hacer, hacer y hacer es el objetivo hasta el punto de hacer muchas cosas en la dirección de personas y empresas que no tienen sentido alguno.
Leía el otro día un libro, El Arte de saber aburrirse (alrededor del que giró nuestra última cena literaria), de la autora Sandi Mann, donde se nos invita justamente a esto: a perder el miedo a tener momentos de reflexión en los cuales los inputs externos no acallen las voces internas que tan importantes y certeras son en muchas ocasiones.
De hecho, y cada día más, a los niños de las nuevas generaciones los propios padres los sobre estimulamos con la falsa creencia de que así desarrollan mejor sus capacidades. Hay estudios y ejemplos que demuestran la falsedad de esta teoría, como evidencia el hecho de que la educación finlandesa, que es la que de forma más tardía da entrada a los niños a la lectura, es, en cambio, aquella en la que los niños muestran una madurez lectora a más pronta edad.
El libro nos invita a pensar que la constante conexión a la tecnología, los estímulos a los que nos somete el día a día, hacen que no seamos capaces de mantener un diálogo no ya con los demás, sino con nosotros mismos. Este constante alud de información, esta necesidad de estar siempre haciendo alguna cosa, esa sensación de que sin estímulos externos viene el aburrimiento, es una trampa mortal que nos hace dejar de ser dueños de nuestro destino como personas y como profesionales. Parece que si no estamos sobre estimulados no estamos aprovechando el tiempo y se nos abre “el abismo”, cuando esos espacios son únicos para reflexionar sobre aquellas cosas que realmente nos permitirían dirigir nuestras acciones y, en consecuencia, controlar nuestras vidas.
Creo que es muy importante para cualquier directivo con responsabilidades exigirse este tiempo para pensar, para proyectar el futuro, para analizar otras formas de hacer las cosas partiendo de la reflexión personal y desde un falso aislamiento que le ayude a encontrarse consigo mismo y con lo que realmente quiere conseguir. El tan buscado resultado no es más que la consecuencia de hacer cosas, pero después de haberlas reflexionado dedicando tiempo a este proceso.
Pongamos en los perfiles de nuestros altos directivos una nueva competencia, obligatoria para todos ellos que sea algo así como “sin miedo a encontrarse con uno mismo” o “Orientado a pensar”. En nuestra modesta opinión, seguro que mejoramos.